Tendemos a culpar a Dios por casi todo lo negativo que nos sucede individual o colectivamente. Esto puede deberse al hecho de que no queremos ser responsables de nuestras propias acciones y sus reacciones posteriores. Una salida fácil es culpar a otros y finalmente culpar a Dios.
Tenemos que entender la tercera ley del movimiento de Newton, que establece que “para cada acción, hay una reacción igual y opuesta”. Somos nosotros, no Dios, quienes realizamos nuestras propias acciones y, por lo tanto, enfrentamos las reacciones (buenas o malas).
La acción depende del deseo. Los deseos surgen de la mente. Una mente indisciplinada conducirá a acciones irresponsables, que a su vez tienen sus reacciones negativas o positivas que nos afectan individual o colectivamente.
Por lo tanto, controlar la mente parpadeante, mediante un proceso adecuado, se convierte en la necesidad de una perspectiva positiva y de una vida progresiva.
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