Años 20: tener a mi hijo que se convirtió en mi propósito y el que me impulsó cada día a ser un mejor ser humano hasta que se convirtió en mi primera naturaleza.
No busqué educación superior porque me di cuenta de que podría haber contribuido mucho más positivamente a mi vida y a otras personas si lo hubiera hecho.
Años 30: Convertirme en maestro, creador de capacidad, periodista y mentor me hizo presentar regalos de amor, esperanza y un brillante futuro a las personas todos los días, lo que a cambio me trajo alegría en mi vida.
Incluso años después de dejar mi trabajo de desarrollo comunitario, todavía me siento culpable de abandonar a mis clientes y ellos me aseguran el sustento de tales sentimientos al preguntarme por qué y cuándo volveré. Bueno, ahora tengo la capacidad de regresar y ser más para ellos de lo que podría haber hecho en ese momento.
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Años 40 – Lograr múltiples carreras, convertirse en un contribuyente de impacto positivo para la sociedad en diferentes áreas y llevar un estilo de vida holístico y saludable.
No casarme con el hombre que debería tener porque nos hubiéramos hecho mejores y más felices seres humanos juntos.
Años 50: realizar mi verdadero / último propósito en la vida en el que puedo servir a mis semejantes sin comprometer mis metas personales.
Al darme cuenta me casé con un individuo espiritualmente tóxico. Advertencia: Elija sabiamente. Sigue las directivas del Espíritu cuando elijas.