Podemos comparar nuestra evolución con la maduración de una manzana. Al principio, el fruto es pequeño, duro y amargo. En su mayor parte, sigue siendo así hasta que esté lo suficientemente maduro para comer.
Sin embargo, durante el proceso de su maduración, absorbe cosas como el agua, los minerales, el CO2 y la luz solar que ayudan a llevarlo a su estado final: una pieza de fruta dulce y jugosa que todos pueden disfrutar (en términos generales).
La persona promedio probablemente no aprecia el proceso por el que una manzana tiene que pasar para convertirse en una manzana, porque lo que importa es la alegría que obtiene al comerla. Sin embargo, sin el proceso, no habría manzana. Ergo, no hay placer.
De manera similar, la humanidad ha alcanzado la etapa final de su proceso de maduración. Estamos en un punto de inflexión en la historia humana. Estamos pasando de valores egoístas y materialistas a valores más altos basados en las conexiones entre nosotros. Todo lo que hemos experimentado a lo largo de nuestra historia fue solo para llevarnos a este punto.
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