En la mañana, cuando me levanto, entro al baño y veo un desastre en el espejo.
Esa maldita imagen no puedo soportar cuál es mi rostro, en una época que para mí parece requerir algo más que no tengo, que no tendré: la belleza estética, el elemento clave más profundo de la vida, cuyo valor poseemos. Hipócritamente subestima, pero sin embargo está ahí, encima de todo.
Y debajo de la fea y funesta piel, crece un alma hueca, sola, enjaulada, con mínima experiencia.
Cada vez que me quito la máscara de la sonrisa, siento una baja autoestima; cuando camino pesadamente, solo en el universo, tragado por una profunda decadencia interior, y cuando estoy recostado pesadamente en la cama, jugando con mi mente arriba con mis manos.
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Justo cuando me miento y me olvido de lo existente, sumergiéndome en la música y tratando de no volver a emerger, y fallando cada vez, puedo escapar de ello. De todos modos, el infierno regresa, y poner fin a veces puede sentir la elección correcta.
Perdón por el arrebato, solo necesitaba escribirlo. Espero que pueda consolarte, aunque sea de una manera extraña.